14 feb 2015

La Caja Rosa

Las avenidas y calles citadinas llenas de luz se entrelazan en el ruido del motor de los autos y las voces de la gente. La ciudad entera está bañada con humo gris y el aire rebota contra los rostros de las personas, descubriendo sus miradas perdidas. Cada vida se estrecha en un minuto hasta terminar reducida a cuatro paredes. Las mismas cuatro paredes a las que llega ella después del colegio.

Sus 15 años de edad están enmarcados entre una silueta delgada y alta, con un blanco en la piel semejante al de un pétalo de margarita. Tiene la cabellera larga y café como de maleza espesa pero siempre bien peinada. Sus cejas son únicas como el híbrido de especies en la azucena. Sus ojos pequeños, oscuros y tan profundos como su dolor. Los labios delgados y delicados, solo pronuncian palabras cuando es necesario.

La niña es dueña de la perfección ante el mundo. Su uniforme impecable, excelente rendimiento académico y una sonrisita de nube indefensa que atrapa a quién la vea brillar. Tiene la palabra precisa, encuentra el momento oportuno y para sus padres, no existe en esta tierra orgullo alguno que se compare a contemplar su presencia.

Ella demuestra que le importa y carga en su llavero una caja rosa pastel. Si existiera algún color para describirla, probablemente sería ese. Es sencillamente bello y frágil a la vez. No es blanco simplemente, porque ella es más especial que eso. Si algo sabe quién la conoce, es que ahí va la niña con su caja rosa.

Como es costumbre, su madre, una mujer exigente, protectora y organizada, le deja todo preparado para las 4 de la tarde, hora de su llegada.

La niña hace el arribo. Lanza su morral sin cuidado y observa la fotografía de su madre a la entrada del apartamento. Ambas: total y completamente contrarias. Mientras la mira con atención, su gesto angelical se transforma en las muecas del diablo.

La comida está lista, el apartamento reluciente como cristal decorativo, y en el momento en que el silencio sepulcral se puede percibir, la soledad comienza a dar sus primeros respiros de vida.

La maleta con los libros y los cuadernos, es el nuevo adorno de una sala perfectamente bañada por la funcionalidad y la higiene de las buenas costumbres de la mala gente.

La niña siquiera prueba el plato de comida. La mayoría es devorada por la caneca de la basura, que de un solo bocado esconde cada trozo de desperdicio que pudo haber sido vitalidad.

Corre a su habitación, se arranca el uniforme y enciende su grabadora. En medio de sonidos estridentes, gritos guturales, guitarras eléctricas y voces confusas, la niña toma su llavero y abre la caja rosa. El contenido es filoso, plateado y mortal.

Ella desliza suavemente a su misterioso compañero, por su ya lastimada y huesuda muñeca. La práctica que ha adquirido en su manejo, le recuerda cuál es la presión necesaria que debe hacer sobre su piel para no abrir demasiado la herida. ‘Calma’ es la palabra que brota de su brazo como manantial de vida cuando se rasga la piel.

El corte es tan fino y delgado, que las gotas de sangre se escurren sin mucha rapidez, cálidas, casi imperceptibles de no ser por su tonalidad. Lo que empieza a salir es el tóxico del secreto al que su cuerpo se ve sometido. Una adicción que acompañada por la soledad, son los testigos de muchas tardes de “tareas y estudio”.

Hay adrenalina en el aire, la tensión es más intensa y el placer al liberarla es el desahogo de miles de palabras que tomaron como guarida la garganta de la niña. Para ella, la música es el acompañamiento perfecto cuando el alma no puede gritar.

El proceso no dura más de 30 minutos. Parar la sangre es más fácil que lograr que sus ojos dejen de llover. Las marcas no son en absoluto una preocupación, ella sabe que nadie las nota porque lo importante es adular su presentación personal y buenas calificaciones.

Los remordimientos, los complejos, la culpa y el rencor invaden de nuevo su alma. Los pensamientos más horrendos y macabros son la coreografía de sombras que baila en su mente todo el día y que en la tarde, al no tener nada que los detenga, se acrecientan con la fuerza de un vendaval.

Recibe una corta llamada. Su madre le habla para rectificar que todo esté bien y recordarle que en la noche, estará regresando a casa. Con una voz cálida y tranquila, la niña le dice que todo se encuentra en orden. Las tareas del día siguiente son pocas y las terminará con prontitud para irse a descansar temprano. La señora, confiada, vuelve a su trabajo.

Al colgar, la mentira se cae. La voz de la niña se quebranta. Para qué hacer tareas si puede volar a su manera desligándose del mundo normal. La niña prefiere continuar hablando con la soledad de la forma que solo ella conoce: la verdad se encuentra al abrir su caja rosa.

Son las 5 y la tarde hasta ahora comienza.

13 may 2013

Selectiv@

Se lee con los labios como con los ojos. No por leer mucho voy a andar besando cualquier cosa.

5 may 2013

ABC

Me miento y le miento a diario al decirle que lo amo, porque amarlo ya no es suficiente para todo lo que quiero decir. Miento porque no sé cómo describir el temblequeo que me invade cuando dejo volar el pasado, lo fundo con el presente y aparece la imagen de su rostro en mi futuro. Miento porque no sé cómo expresarle con palabras que lo amo cada día más, de una sola manera llena de diferentes formas. Lo amo siendo una y siendo todas las partes que él conoce de mí. Lo amo como una adivinanza compleja y una parábola simple. Lo amo con los matices de una escala de colores, de un círculo cromático, de un arco iris en el reflejo de la quietud de una laguna. Lo amo en subrayado como la marca de la trayectoria de los cohetes en el cielo al despegar. Lo amo como esa ave que se va y que vuelve. Lo amo porque tiene un vuelo único, porque me enseñó a encontrar un vuelo propio y a no ser una vaga imitación del suyo. Lo amo porque me ayudó a volar por mí y no por él. Lo amo porque volando por mí, mis alas incansables solo buscan volar con él. Y con él me refiero a la primera, la segunda y la tercera letra del abecedario, esas tres letras que forman su primer nombre y apellidos. Lo amo porque es mi ABC.

26 ago 2012

Magnolia

Cuántos colores, cuánta belleza, cuántos artistas, ¿verdad? – preguntó Candelario.
- Hmm... si – respondió con duda Magnolia.
– No te escucho convencida, ¿por qué lo dudas?
- Quizá por la misma razón por la que piensas que todos vemos las cosas igual. Para mí no es nada especial, un circo es un circo. Punto. La gente vacía viene a llenarse de un montón de cosas que hacen otros porque no son suficientes para sí mismos. Es otra celebración falsa de la vida. Todo es un montaje.
- Qué cruda. ¿Es eso lo que ves?
- Sí, sólo eso.
- ¿Y los colores?
- ¿Qué pasa con ellos?
- ¿No te motivan, no te llaman, no te conmueven, no te transmiten?
- No puedo diferenciarlos.
- ¿Cómo puede ser?
- Soy daltoniana.
- ¿Y?
- ¿Cómo ‘Y’ Candelario? No percibo los colores y los poco que sí, los confundo. Cómo se supone que voy a disfrutar esto…
- De pronto si vieras con otros ojos…
- ¿Otros ojos?
- Sí. No creo que sea cuestión de tus ojos y su daltonismo. Es cuestión de tu esencia. Está angustiada y perdida. A personas como tú hay que dejarlas así: pasmadas en su gama de grises ascendente a la ausencia del color.
- No te hagas el listo. Sé que hablas del color negro.
- Empieza por usar tus ojos para observar una magnolia. Es blanca como tu nombre, como tú.

El epitafio de Heller

“La tierra está húmeda. Mi nariz percibe como las partículas frías se acrecientan paseando sin control por mis fosas nasales. Sé bien que en un día soleado no hubiese disfrutado de tan espléndido lugar de igual manera. Al pasar lápida por lápida bailan en mi cabeza los epitafios como coreando una canción dulce y sacra. La lectura que traspasa fronteras es la vida que se encuentra en los epitafios de los muertos. ¿Qué puede hablar más sobre quién se fue sino es el mensaje que se plasma en su lápida? Las letras que suelen tener más vida son las de los muertos.”

Este es un pequeño párrafo de su gusto por el cementerio mientras lo recorría bajo la lluvia. Pude preguntarle antes de que muriera, qué otra cosa le llenaba de alegría del cementerio.

–El olor – me contestó.

-¿A qué huele acaso un cementerio señor Heller?– le pregunté.

– A vida- concluyó.

11 mar 2012

El cuento más largo...

...Es la historia de un ancla que se enamoró de la piel de un humano. Quería llenar de marcas armónicas las células de su corazón pero sólo hasta que no perforó su piel, entendió que las anclas son a la piel, lo que la vida sin ti.

Carta a un ángel

Creo que nadie nunca va a entender por qué te siento tan presente si llegaste primero y te fuiste antes de que el mundo supiera que la siguiente en llegar sería yo. Tuvimos la fortuna de compartir la misma cuna por 9 meses aunque en diferentes lapsos de tiempo pero fue el mismo amor, el mismo cuidado, la misma música clásica de papá por las noches que nos hacía patalear.

Nunca nos cruzamos en éste mundo material. Ambos fuimos recibidos con sonrisas, tú despedido con lágrimas y yo… Yo aún sigo aquí.

Siento una responsabilidad más grande que cualquier persona porque debo vivir por los dos. El cielo me encomendó una misión multiplicada por dos: Ser una potencia que dobla esfuerzos para hacer sentir orgullosos a papá y a mamá.

Cuando veo tus fotografías sé que en absoluto te recuerdo, es imposible; pero te conozco, muy dentro de mí lo hago. Arrugabas tu naricita como yo, respirabas con dificultad al igual que yo. Fuiste la razón de vida para mis padres, igual que yo.

El que nacieras primero tiene una razón, hoy soy yo por los dos. Si se trata de encontrar una razón para tu partida no es justo decir que fue la de mi llegada, sino la de dos almas fundidas en un solo universo de inmensidad del que tú ya disfrutas.

No sé cómo describirte pero no estoy equivocada al decir que eres un ángel. Que desde el cielo te ríes como yo, envías ráfagas de viento hacia mi cabello para que se despeine cuando estás enojado o quieres reprenderme, estoy segura que eres tú. Manejas las hojas secas con tu tacto invisible para desviarme del camino cuando voy por la ruta equivocada, intercedes por mí en el paraíso para ir por la correcta de vez en cuando.

Nunca voy a ocupar tu lugar porque para todos estás, para mí no te vas. Te siento en las esquinas de mi habitación, es una presencia angelical y suave. Te toqué una vez cuando estaba pequeña, eras tú, siempre tú.

Dejaste de existir pero la vida es más que eso. Estás dentro de mí.

Dedicado a Juan David Guzmán Quintero.

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